Resiliencia mítica y transhistoricidad
Aunque el desarrollo histórico del arte en Latinoamérica es asincrónico con respecto al de Europa, existen innegables paralelismos que comunican sus respectivos procesos creativos y conceptuales y que se remontan a una de las ocupaciones culturales y sociopolíticas más extensas y dolorosas en la historia: la del imperio español en México, Centro y Sudamérica a partir de fines del siglo XV, en pleno Renacimiento europeo.
Arte en Bolivia 13/12/2022

Es indispensable conocer el contexto histórico para comprender las manifestaciones artísticas que emergieron y cómo los mitos precolombinos y coloniales alimentaron una elusiva identidad y expresión sincrética y de resistencia.
España afirmó su dominio e influencia decisivamente con la ocupación de lo que hoy conocemos como México en 1519, y dos décadas más tarde de los territorios del Alto Perú, que hoy conocemos políticamente como Perú y Bolivia.
La narrativa, sin embargo, difiere notablemente según se trate de México o de las naciones andinas. Cuando el regente azteca Moctezuma escuchó rumores del arribo de montañas que navegaban sobre el mar y de seres divinos que destellaban como relámpagos cuando se movían, tomó a los visitantes como divinidades vengativas y temía que su aparición presagiará el fin de la civilización.
Se equivocó sobre lo que vio – las montañas eran galeones españoles, y las divinidades, conquistadores – pero sobre los efectos de su llegada, estaba en lo correcto. A los pocos meses estaba muerto y una porción de su tesoro había sido embarcada a Europa (donde causó asombro entre espectadores con discernimiento como el artista grabador Alberto Durero).
Para fines del siglo XVI, la población indígena de México se había reducido drásticamente merced a enfermedades importadas para las que no tenían defensas y el modelo de servidumbre esclavista impuesto por la potencia extranjera.
Si bien las violentas circunstancias de la conquista en el Alto Perú dos décadas más tarde fueron similares, la ocupación colonial fue diferente en varios aspectos. Mientras los españoles arrasaron con la gran metrópoli azteca, Tenochtitlán, donde asentaron su poder, dejaron la capital imperial inca, Cuzco, más o menos intacta y se establecieron en la costeña Lima. Como resultado, artes nativas como la tejeduría y la cerámica continuaron floreciendo en su entorno original.
La conquista del Imperio inca por Francisco Pizarro abrió el camino para la sumisión de la Bolivia actual en el año 1535 y el establecimiento de la Real Audiencia de Charcas, parte esencial del Virreinato del Perú, que abarcó todo lo que hoy es el territorio boliviano y que, siglos antes de la llegada de los españoles, fue conocido como el reino del Collasuyo.
Este nombre que designa a los habitantes aimaraparlantes de una serie de reinos independientes de la meseta del Titicaca con fuertes lazos culturales entre sí, se extendía al sur del Cuzco, desde los Andes y el altiplano de Bolivia hasta la ribera del rio Maule (Chile), y desde las costas del pacífico hasta los llanos de Santiago del Estero (Argentina).
El centro neurálgico del Collasuyo estaba situado en el altiplano andino, en torno al lago Titicaca, una de las regiones más densamente pobladas de los Andes desde antes del Estado Tiahuanaco. En 1450 fueron invadidos por las fuerzas del inca Pachacutec, quien conquistó el altiplano después de grandes combates y pérdidas humanas.
Hoy el nombre Collasuyo es usado por movimientos nacionalistas indígenas para referirse al Estado Plurinacional de Bolivia asimilándolo a su región andina de mayoría indígena aimara y quechua, con una clara pero sesgada perspectiva ideológica de acento regionalista).