TESTIMONIO KALLAWAYA

apolobamba

 BOLIVIA: Apolobamba - El camino de Kallawaya .

TESTIMONIO KALLAWAYA 

Medicina y ritual en los Andes de Bolivia

Dr. Gerardo Fernández Juárez

 Las poblaciones indígenas de América del Sur han desarrollado diferentes respuestas frente a las dolencias, aflicciones y enfermedades habituales de su entorno. Por un lado poseen determinados síndromes patológicos de marcado carácter cultural que surgen en el seno de un grupo étnico concreto quien desarrolla las pautas preventivas y terapéuticas más convenientes para la correcta resolución de dicho síndrome o conjunto de síntomas culturalmente establecidos (Aguirre 1992; 1994:261-302; Holland 1963; Amodio & Juncosa (comp.) 1991). 

Este tipo de dolencias surgen en el entramado de aspectos que constituyen la cultura y responden a una naturaleza y etiología que habitualmente compromete otros parámetros esenciales en las características culturales del grupo. Las tácticas y estrategias curativas que surgen en atención a este tipo de síntomas responden a la conceptualización que el grupo establece sobre la enfermedad y su naturaleza, encontrado sentido y eficacia en la propia trama cultural que el grupo sostiene y no fuera de ella. 

Este tipo de enfermedades son las habitualmente vedadas para los servicios de salud formales que pretenden tratar la enfermedad de una forma “convencional” en las poblaciones indígenas de América. Otro tipo de dolencias son las definidas como ajenas al grupo que las padece y su resolución depende de la actuación de las postas .

Gerardo Fernández Juárez tros sanitarios de salud; los médicos adquieren un reconocimiento y competencia en el tratamiento de este tipo de afecciones. El problema surge respecto a las dolencias que dentro del grupo se identifican con una etiología concreta de marcado carácter cultural, mientras los equipos médicos establecen una orientación diferente, impulsando una competencia de agentes diferenciados y cierta confusión respecto al tratamiento a seguir, lo cual genera con frecuencia serias dudas y desconfianza sobre las “garantías” de las medidas propuestas por los equipos de salud.

 La implicación de la salud, la medicina y las formas de conceptualización de la enfermedad con respecto a las diferentes modalidades culturales que adquiere entre los grupos indígenas americanos ha despertado temprano el interés de antropólogos y etnógrafos por las consideraciones aborígenes sobre la enfermedad y su tratamiento, consitituyendo un apartado obligatorio en las monografías clásicas. La antropología médica, excindida reciéntemente de la antropología social y cultural, pretende como objeto de estudio y análisis todos aquellos aspectos implicados en la conceptualización cultural de la enfermedad y su resolución terapéutica (Comelles & Martínez 1993; Kenny & De Miguel (edit.)1980). 

Constituye una perspectiva analítica particularmente oportuna en ciertos Estados de América Latina, de marcado talante pluricultural y multilingüe donde las aplicaciones médicas adoptan multitud de formatos divergentes y las prácticas y categorías cognitivas diferenciadas entran en conflicto frecuente con las aspiraciones de la medicina formal o convencional asumida por los Estados y delegada frecuentemente en las Organizaciones No Gubernamentales (ONGs) de desarrollo. Este libro versa sobre las peculiaridades culturales de unos médicos indígenas oriundos de los Andes bolivianos:Los kallawayas. Las prácticas médicas kallawayas se nutren de una rica y variada farmaco- Testimonio Kallawaya / 11 pea natural, un gran conocimiento de especies herbáceas, una medicina de rasgos rituales entroncados en una cierta afinidad “andina” que comparten con otras sociedades y grupos étnicos vecinos, (con ciertas peculiaridades diferenciadoras) y una medicina popular de resabio hispánico que se plasma de una manera explícita en el entorno urbano de La Paz. Entre los años 1988 y 1996 efectué varias temporadas de trabajo de campo antropológico en Bolivia, principalmente con los indios aymara del altiplano boliviano. Gracias a una beca de Formación de Personal Investigador (F. P. I) financiada por el Ministerio de Educación y Ciencia español y la Comisión Interministerial de Ciencia y Tecnología (CICYT) (1988-1991) para la realización de mi Tesis Doctoral en Antropología de América. 

Posteriormente, una beca postdoctoral de Formación de Profesorado Universitario (F. P. U), así mismo del Ministerio de Educación y Cultura español, me ha permitido recientemente (1995-1996) ampliar el trabajo iniciado entonces. La inquietud que he sentido por la cultura aymara y sus diversos matices sociales, ceremoniales y médicos me ha impulsado, durante el tiempo de realización del proyecto, a entrar en contacto con diferentes comunidades rurales del altiplano, especialmente en las proximidades del lago Titicaca, sin descuidar las peculiaridades de la vida que practican los “residentes”, los campesinos indígenas sometidos a un conflictivo éxodo rural hacia los núcleos de población urbanos, con relevante incidencia en las ciudades de La Paz y El Alto.

 En la ciudad de La Paz contacté con ciertos médicos nativos de especial reconocimiento entre las diferentes clases sociales paceñas, de los cuales trata el presente libro. Severino Vila Huanca, su papá Juan Vila y su hermano, Celso Vila, constituyen una saga familiar de médicos kallawayas originarios de Charazani, la capital de la Provincia Bautista Saavedra, al Norte del Departamento de La Paz. Las informaciones contenidas en el libro se deben especialmente a Severino Vila con quien he 12 / Gerardo Fernández Juárez tenido oportunidad de compartir conversación en incontables ocasiones, tanto en El Alto de La Paz donde reside con su familia en la barriada de Alto Villa Victoria, como en los valles de Charazani y Chajaya en las proximidades de la Cordillera de Apolobamba, con el majestuoso nevado Akamani como testigo inmejorable de nuestras correrías por el dominio originario de los kallawayas. Los datos kallawayas los he cotejado con informaciones de otros grupos andinos especialmente de sus vecinos aymara para la mejor explicación de algún concepto, cuando lo he estimado conveniente.

Las informaciones de Severino Vila Huanca nos sitúan frente a modelos de salud y prácticas médicas sustancialmente diferentes de las normadas por la medicina convencional occidental. Las orientaciones médicas indígenas aparecen reinterpretadas junto a pautas de origen hispano, procedentes de la época colonial, para conformar una expresión médica con personalidad propia que constituye el bagaje terapéutico exhibido por los kallawayas urbanos de la ciudad de La Paz y que se justifica en razón del contexto cultural y social en que se ubican. La perspectiva que las informaciones de la medicina kallawaya nos muestra tiene que ver con los aspectos configuradores de su cultura, particularmente observada en su contexto terapéutico de acción. Los kallawayas paceños se han asociado configurando la Sociedad Boliviana de Medicina Tradicional (SOBOMETRA) que fue reconocida legalmente mediante Resolución Suprema 198771 del 10 de Enero de 1984. Posteriormente refrendada por la Resolución Ministerial 0231 del 13 de marzo de 1987, validada por el entonces presidente boliviano Dr. Víctor Paz Estenssoro del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR). Las orientaciones terapéuticas kallawayas de los miembros de la asociación, en principio vinculadas a la esfera rural a partir del ejercicio de una medicina itinerante que los ha caracterizado en su perfil histórico, se ha comercializado de forma ostensible en La Paz, adquirien- Testimonio Kallawaya / 13 do perfiles novedosos en función de los propios caracteres peculiares de la sociedad paceña. Por otra parte SOBOMETRA se ha erigido en interlocutor válido con las instituciones gubernamentales y no gubernamentales que trabajan en el área de salud en Bolivia. Pretende aglutinar en torno a su institución al conjunto de curanderos y practicantes rurales indígenas de la medicina tradicional de las diferentes nacionalidades indias de Bolivia circunstancia que, en mi opinión, responde a la lucha de poder por la “administración” y profesionalización de la medicina tradicional indígena. Indudablemente mi agradecimiento hacia Severino Vila y su familia (Juan Vila, Celso Vila, Sofía Apata) es completo. Nada hubiera podido realizar sin su cordialidad y estima constantes. En La Paz debo un reconocimiento profundo al Dr. Xavier Albó (CIPCA), Javier Medina, Ineke Dibbits, Hugo César Boero e Iván Vargas (MUSEF). 

En España deseo hacer una mención especial a las personas e instituciones que me han apoyado en la realización del proyecto ; en primer lugar a las autoridades académicas de la Universidad de Castilla-La Mancha (Rectorado y Vicerrectorado de Profesorado; Centro Superior de Humanidades (Toledo) y Departamento de Filosofía), sin cuya comprensión en las necesidades de cumplimiento con las exigencias del trabajo de campo antropológico, difícilmente hubiera podido efectuarlo con el mínimo rigor preciso. Los permisos concedidos resultaron esenciales para el término de la investigación, cuyo ámbito más amplio de análisis versa sobre las pautas de aplicación de la Antropología médica en el altiplano aymara de Bolivia, cuyo informe final entregaré para su publicación en breve.

LOS KALLAWAYAS 

Uno de los grupos étnicos andinos a los cuales ha prestado una atención inusitada la ciencia antropológica contemporánea en relación con la medicina, el ritual y la salud en los Andes, ha sido, sin ninguna duda, el de los kallawayas bolivianos. Ubicados en una extensa área de valles interandinos, a medio camino entre el altiplano aymara y las tierras cálidas del trópico yungueño, puerta natural hacia los bosques y selvas del Beni, los kallawayas han practicado, como la gran parte de las diversas sociedades y pueblos de los Andes si bien en tonos diferenciados, una terapia médica peculiar, combinando aspectos provinientes de una amplia farmacopea popular con otros de indudable cariz ritualista. Los kallawayas constituyen en la actualidad un espeso “enigma” tanto para etnohistoriadores como lingüistas y antropólogos. A pesar de los numerosos estudios de que han sido objeto por parte de especialistas de diversa índole quienes han alentado cierto “orgullo étnico” entre los actuales kallawayas, así como un aire “exótico” y esotérico entre las élites paceñas respecto a los supuestos conocimientos “mágicos” que poseen, poco se conoce de una forma objetiva de este grupo de curanderos. El “mito etnográfico” de los kallawayas, como lo define Saignes (1983:372), continúa envuelto en una bruma impenetrable.

Las primeras descripciones etnográficas contemporáneas consideran a los kallawayas como una “clase rara” de indios acostumbrados a recorrer grandes distancias cargados con su capacho de remedios, por los pueblos del altiplano internándose hacia el Perú, Argentina. Gerardo Fernández Juárez ha constatado la presencia de kallawayas en Panamá durante el período de construcción del canal (Ranaboldo 1987:47). Este carácter itinerante del médico kallawaya ha constituido un rasgo específico en su quehacer habitual hasta hace algunas décadas, circunstancia que ha despertado odios y asombro a lo largo de su camino. Para unos es un hechicero consumado, para otros un médico infalible. La figura del médico kallawaya levanta todo tipo de enfrentados comentarios a su paso (Terán 1955:142). Es la práctica de la medicina natural a través de un conocimiento esmerado de especies herbáceas, el atributo identificativo del kallawaya. No comparto la opinión selectiva de Bastien (1982:798) quien distingue entre “adivinos” y “curanderos” en estos especialistas; un kallawaya conoce habitualmente las técnicas tradicionales de predicción, sabe curar utilizando mates y cataplasmas e igualmente practica los requisitos de la terapia simbólica mediante los pagos habituales a sus seres tradicionales utilizando formatos peculiares de mesas, analizadas de forma exahustiva por Rösing (1990b; 1991) que presentan una importante variedad y riqueza simbólica. Los kallawayas son originarios de los valles templados que se localizan en las proximidades de la Cordillera de Apolobamba, en las provincias Bautista Saavedra y Muñecas, al Norte del Departamento de La Paz. Estos valles tuvieron una importancia estratégica relevante durante el Imperio Inca, por cuanto constituyeron la puerta de acceso a las tierras bajas amazónicas lo que pudo incidir en el adiestramiento de los kallawayas en relación con el conocimiento de especies herbáceas y ciertos recursos “shamánicos” amazónicos (Saignes 1983:362; Wassen 1988:380-389).

La presencia abundante de coca y oro en las tierras kallawayas intensificó el interés de los incas por estos valles, lo que, según ciertos autores, otorgó algunos privilegios a los kallawaya3. Por otra parte la pertinencia del oro y la coca en el ritual andino ha sido propuesto por Millones (1983:378), en el comentario que efectúa al artículo escrito por Saignes (1983:379) como un indicio de la especialización ceremonial que los kallawayas pudieran detentar entonces. Lo cierto es que los cronistas callan la supuesta especialización médica de los kallawayas, lo que junto a circunstancias de carácter ecológico, político y social sufridas por el área kallawaya durante la colonia, hacen del nomadismo terapéutico que les caracteriza un fenómeno tardío colonial e incluso republicano (Saignes 1983:369).

La problemática “étnica” que los kallawayas concitan es igualmente importante. Por un lado, hablan el quechua, aunque conocen el aymara de los “vecinos” ubicados en las punas y tierras altas, así como el castellano con notable rendimiento. Oblitas (1988:286-312), Soria

(1988:190-196) y un estudio póstumo de Girault(1989), reflejan la presencia de “otro idioma” característico de los kallawayas, el Machaj Juyay que algunos han identificado como “idioma secreto de los incas”, o bien el idioma esotérico de las curaciones kallawayas y cuya naturaleza y origen están poco claros en la actualidad, si bien algunas hipótesis lo relacionan con el antiguo y extinto pukina (Albó 1989:13-17; 1995:124; Torero 1987:345). La recopilación efectuada por Girault

(1989) de la “lengua secreta” recoge la presencia de términos no sólo vinculados con las curaciones o la vida ceremonial, sino con aspectos diversos y “profanos” de la vida cotidiana. La confusión existente en las primeras narraciones sobre los kallawayas adscribiéndoles junto a sus vecinos como “aymaras” ha sido resaltada por Girault (1987:27, 28), quien tampoco se compromete a ubicarles estríctamente como “quechuas” aunque esta sea la lengua materna que hoy les caracteriza.

Hay que añadir, además, la frecuencia del elemento “mestizo” entre los kallawayas itinerantes, fruto de sus uniones matrimoniales con Testimonio Kallawaya / 23mujeres de grupos étnicos dispares. Pese a todo, va abriéndose paso la consideración de los kallawayas como grupo étnico específico con una rica cultura material, especialmente relacionada con los textiles, a pesar de los numerosos rasgos culturales que comparten con otras sociedades andinas contemporáneas próximas a ellos (Gisbert et al 1987:97-127).

Existe otro aspecto que debemos considerar; los kallawayas propiamente dichos son los curanderos que proceden de seis pueblitos próximos a la capital provincial de Charazani. El resto, según Girault

(1987:24), no pertenecerían propiamente al gremio de los curanderos kallawayas; los agricultores que no practican la medicina tradicional serían descendientes de los mitimaes enviados por el inca. Esta postura,sin embargo creo que tiende a remitir con la desaparición de la práctica nómada de los médicos kallawayas y se abre la consideración de un espacio o área kallawaya de significación propia.

Saignes (1983:363) muestra la unidad existente de lo que pudiéramos considerar “ayllu kallawaya” repartido en dos parcialidades, una, la “alta”, Hatun Carabaya, que resultó peruana y otra la “baja”, la pequeña Calabaya, boliviana en los actuales valles de Charazani.

Vellart (1988:366) señala el encono y rivalidad que se produce entre los kallawaya y los yatiri, sabios aymaras ; disputa, si cabe, incrementada en los últimos años. Resulta fascinante escuchar de labios de unos y otros los calificativos que generosamente se destinan. Los yatiri acusan a los kallawaya de “PLATUDOS”, “por plata no más trabajan” cuando no de causantes de daños y maleficios, mientras que los kallawayas que continúan practicando la medicina natural enclaustrados en el marco urbano de La Paz, en las próximidades de la Plaza San Francisco, orgullosos de si mismos de una forma quizá un tanto faccionalista por su noble y supuesto “antiguo” saber, consideran a los yatiris como especialistas de rango y categoría inferiores. Los aymara recelan del kallawaya por su idioma y aspecto diferente, “qichua no más hablan esos”, como me indica Modesto Capcha, yatiri de la zona alteña de Villa Dolores; los aymara siguen fieles a “sus” yatiri desconfiando del kallawaya, aunque las personas mayores de la comunidad refieren la visita de alguno de ellos, “de paso”, si bien hace tanto tiempo que apenas nada queda en el recuerdo si no el trazo difuso de unas ujutas (sandalias) polvorientas. Curiosamente algunos equipos de salud que trabajan en zonas populares de la hoyada paceña, caso del barrio de Munaypata, me comentaron recientemente que personas de ascendencia aymara establecían una marcada diferenciación entre kallawaya y yatiri; si el caso requería el empleo de sustancias naturales y plantas acudían al kallawaya, si por el contrario la dolencia era más complicada y afectaba el interés de alguna de las entidades ceremoniales aymaras, consultaban al yatiri. El grado de confianza depende en el entremezclado dominio urbano, por tanto, de las peculiaridades concretas de cada caso, más que de apreciables diferenciaciones culturales o lingüísticas, sin menospreciar el hecho de que no todos los kallawayas hablan aymara, aunque lo entienden con razonable fluidez.

El conocimiento especializado de plantas es una de las características que otorgan una personalidad concreta al kallawaya. Girault (1987) catalogó mas de 800 especies diferentes empleadas en la farmacopea kallawaya. El interés de los kallawayas por las variedades específicas de las plantas, la diferenciación orgánica y terapéutica de las diferentes partes que la integran, (raíz, tallo, hojas y flores), los modos de recolección y empleo de cada uno de dichos principios (decocción, mate, infusión, cataplasma o enema) así como el cariz “cálido” o “fresco” del remedio, son factores importantes en la determinación que el kallawaya adopta en el tratamiento de la enfermedad.

Esta sabiduría aplicada a las especies herbáceas y remedios naturales otorgan al kallawaya un prestigio indudable en el entorno urbano paceño y constituye parte esencial de su aceptación como médico itinerante 

Por otra parte el kallawaya es un maestro ceremonial excelente.

Algunos kallawayas que residen en la ciudad de La Paz definen su competencia vinculada al área médica, pero también a la ritual. Se dicen “médicos” y “sacerdotes” de forma casi indiferenciada. El tratamiento ceremonial forma parte indudable de la conceptualización etiológica que la dolencia merece, desde su perspectiva, y, por tanto, entra en consideración cuando se trata de aplicar la terapia más pertinente. En este sentido, si bien las formas de ejecución ritual y las plegarias especialmente son kallawayas, al hacer referencia a lugares de poder ceremonial e intermediarios propios de aquel sector, comparten con otras sociedades y grupos étnicos andinos como los quechuas serranos, los aymara altiplánicos o los uru-chipayas lacustres, el gusto por la ofrenda compleja o mesa.

Las técnicas predictivas empleadas por los kallawayas en la formulación de sus diagnósticos médicos son diversas. Una de las más frecuentes consiste en la lectura de hojas de coca. Las hojas de coca adquieren sobre el tari ceremonial una disposición específica que el kallawaya interpreta en función de la textura, ductilidad, brillo y aspecto que las hojas presentan.

No existe una manera exclusiva o universal de lectura de la coca. Cada maestro ceremonial emplea la que más se ajusta a su capacidad y competencia. Es muy frecuente, no solamente entre los kallawayas, sino en el colectivo de sabios de altiplano y cabecera de valles andinos, considerar el valor cromático de la hoja. El haz verdoso y su envés blancuzco se conjugan para el análisis más pertinente del caso. Por otra parte, el kallawaya emplea las hojas de coca para escenificar diferentes cuadros alusivos a la naturaleza de la enfermedad, relacionada con los aspectos biográficos narrados por el paciente. Todos aquellos parámetros que el maestro kallawaya considere oportuno relevar durante la consulta a la hoja, adquieren forma narrativa merced a la utilización de ideogramas conformados con hojas que selecciona del conjunto total y sobre las que asperja, siempre con su mano derecha, las hojas restantes.

El aspecto resultante de esta última acción sobre el tari ceremonial habilita al kallawaya para interpretar de forma más ajustada su análisis. La propia hoja de coca presenta una estructura antropomorfa sirviendo sus nervaduras, variaciones de color y grietas para localizar el problema médico del paciente (Ossio 1989).

Otra forma de diagnóstico utilizada por los kallawaya es el orín fermentado del enfermo. El orín provoca una reacción virulenta al mezclarse con millu o qollpa, sulfato de aluminio, que empleado como reactivo, produce una efervescencia espumosa susceptible de estudio y análisis6. Hay quien practica la “lectura de la vena”, toma del pulso, y muy especialmente el análisis de las vísceras del cuy o conejillo de indias, una vez que se ha pasado por encima del cuerpo del paciente. La disección subsiguiente del animal muestra a los ojos expertos del kallawaya la localización del órgano dañado así como el origen del mal que padece su cliente. Estos recursos predictivos no son exclusivos de los curanderos kallawayas (Fernández 1995a; Frisancho 1988). Finalmente, otra de las prácticas de diagnóstico que ha adquirido mayor vinculación con los kallawaya urbanos de La Paz es el empleo del naipe español.

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